Fruta con espinas

Por Marta Mariela

“Quiero hacer una pintura que venga de las cosas como viene el vino de las uvas”. Con esta frase de la cual se apropia deliberadamente, Maikel Sotomayor2 asume la exposición que organizó en el Centro de Negocios de Miramar. Graduado en el 2008 en la Academia de Bellas Artes San Alejandro, fue parte del Grupo Nuevas Fieras dirigido por la pintora Rocío García.

Bajo el título La fruta también tenía espinas, la muestra está conformada por once piezas. Cuatro de ellas –las mayores- se exhiben en el lobby del edificio Jerusalén y las más pequeñas, en el pasillo accesorio a los ascensores. El paisaje es la prioridad y al representarlo huye de la manera tradicional, mimética y, por el contrario, busca en este la esencia, las cuestiones existenciales del ser humano.

Maikel atiende una zona del paisaje “testigo de hechos y acontecimientos”. Para ello, el artista parte de las huellas descubiertas en su andar por las serranías de su natal Granma, como un detéctive. El rastro después de un acontecimiento cualquiera. Para ello apela al expresionismo, buscando mostrar cierto recelo, en relación con el contexto de lo hallado.

Si bien los ambientes desolados, llenos de sospecha, dudas, han sido muy recurrentes en la pintura de Maikel, esta vez incursiona en los detalles, sin dejar atrás la suspicacia. Las pequeñas cosas que aparecen de súbito cuando se camina por el monte: la insignificante piedra, la rama que cae, el grano germinado, la semilla en la finca. Todo habla de un terreno que Maikel conoce muy bien.

El letrismo no es un recurso nuevo en la obra de este joven. Lo ha empleado como parte de la anécdota que se advierte en La fruta también tenía espinas pieza que da título a la muestra. Aquí, Maikel pinta un cáctus, inspirado en uno que vio en Pilón, Granma, cuya fruta amarilla germina entre espinas. El cáctus llama su atención por la capacidad de sobrevivir a pesar de las circunstancias, de la sequía; su enteresa al punto de dar fruto a pesar de la inclemencia. El artista incorpora una visualidad poco visitada en el arte cubano. El cáctus puede parecernos una planta extraña en nuestro húmedo clima y este joven lo redime también en Y seguía caminando.

Otras piezas mantienen esta mirada a un mundo inadvertido por muchos pero fabuloso a los ojos de Maikel. Así las piedras, en un ambiente nebuloso, son abordadas desde la superficie texturada. Semejar la tierra o los elementos de la naturaleza es parte de un juego, zona donde el artista crea su propio imaginario.

Un aspecto a destacar en la obra de Maikel Sotomayor es su interés por expresar mundos paralelos o encontrados lo cual hemos apreciado en obras anteriores, y ahora podemos constatar en Planta marina con mariposa, donde lo insospechado abre un nuevo camino: la confluencia de lo diverso, la tolerancia a la otredad. Y esto habla de una realidad ajena para muchos: la vida en la Sierra Maestra, donde mar y montaña se hacen uno. Los colores recuerdan el monte y la vida que se da en él. El verde, amarillo, rojo sellan esa vastedad de la geografía serrana.

La muestra se nos presenta como la huella de una vivencia, la anécdota captada por Maikel. Quizás, de todas, Viaje a la Plata, advierte más claramente el relato, cuando escuchamos de boca del artista la memoria del camino por las montañas de la Sierra Maestra hasta llegar a La Plata, muy cerca de donde viven sus tíos y primos. Es una obra muy matérica, cuyos colores, gris y ocre, aluden a la noche cerrada y al color de la tierra, respectivamente. La pieza se aleja de la mirada litera para aproximarse más a la abstracción, lo cual refuerza la sospecha y la duda, propia de la obra de este artista.

Maikel Sotomayor ha madurado en su manera de expresar el monte, la serranía. Una vida inaccesible para nosotros ahora mismo, pero cercana desde los lienzo y la paleta de este joven.