Un paisaje desde la inducción del símbolo 

Por David Mateo

Exceptuando dos o tres cuadros de su producción reciente, casi todos los paisajes del artista Maikel Sotomayor se inclinan hacia el protagonismo de un objeto de procedencia natural, ya se una piedra, un árbol, una flor, un animal, una casa rústicao un tornado, elementos que portan en si mismos toda la experiencia individual de una travesía, de un recorrido. No por gusto la tendencia sensorial con que el artista lleva a cabo la elección de esos objetos, está casi siempre condicionadapor un anhelo de búsqueda, de exploración de aquellas huellas o indicios que denotan la presencia humana, una presencia que pudiera ser real o imaginaria.

Siento un resonar en la naturaleza, un murmullo que me hace ver al paisaje como testigo de hechos y acontecimientos, ha declarado el artista al referirse a sus periplos por el campo cubano.

Esa actividad de pesquisa tiene hasta ahora, como principal ruta de ensayo, las montañas del oriente del país, de donde procede buena parte de su familia y a donde viaja con sus amigos más allegados cada vez que tiene una oportunidad. Sin embargo, me atrevería a asegurar que no se trata de una incursión planificada con el propósito de alcanzar una evasión bucólica, una confrontación anímica conescenarios abiertos, descontaminados, sino del despliegue de una conciencia perceptual instruida, citadina, que intenta escudriñar en espacios rurales de la descendencia, de los orígenes, y llevar a cabo en ellos una especie de cotejo, de comparación –inducidos desde la incertidumbre, la sospecha- entre el simbolismo lírico y filosófico que aún pudiera reconocerse en algunos elementos primigenios, y las nociones o conceptos que compulsan en la actualidad determinadas experiencias cívicas.

Constatar y revaluar la dimensión alegórica de ciertoscomponentes del espacio insular (urbano o campestre), es a mi juicio una de las contribuciones que han venido haciendo algunos jóvenes artistas que incursionan, de manera coyuntural o permanente, en el género el paisaje. Ello ha estado estimulando, en la mayoría de los casos, una reactualización, un cambio del enfoque paisajístico, y ha ido fomentando un vínculo más expedito y sincero entre el panorama que nos circunda y los motivos intelectuales de su representación. Tales beneficios podrían hasta compensar en un momento dado el riesgo de una supuesta manipulación o desvirtualización de los valores autóctonos recurrentes en nuestros paisajes artísticos.

Cuando uno repasa la serie de cuadros que ha ido acumulando Maikel desde que se graduó de la Academia San Alejandro hasta la fecha, se percata de que aquella perspectiva abierta, panorámica, concebida mediante la utilización de figuras geométricas, en cuya metódica se advertía por momentos el influjo de la pintura neoexpresionista de otros jóvenes artista de éxito,fue desapareciendo poco a poco para dar paso a ambientes mucho más complejos en cuanto a sus soluciones estructurales, más dinámicos en cuanto al tratamiento de la pincelada, la combinación cromática y la redistribución de los códigos visuales. Al irse distanciando de esa adopción abarcadora del entorno, y al privilegiar un tipo de paisaje algo más condensado y sintético, paradójicamente su procedimiento creativo ha ido ganado en complejidad técnica y artificios de sugestión.

El empleo reiterado de los primeros planos, la sobredimensión de un conjunto emblemático de objetos y sus encuadres ambientales, ha ido enriqueciendo sin duda alguna la capacidad de elucubración metafórica de la obra de Maikel Sotomayor, y hasta conformando un discurso de apariencia metafísica; pero, sobre todo, ha comenzado a demostrarle un camino para la materialización visual de ciertos paisajes, condicionado –esencialmente-por la capacidad inductiva del símbolo.